Si formulamos esta pregunta de una forma tan simple estaremos condenados a responder de forma simplista a una cuestión complicada y espinosa. Si nos plantemos llevar a cabo el ejercicio de completar la pregunta, el tema comienza a aclararse. Por tanto, le propongo que vayamos modificando la pregunta, con la intención de lograr una respuesta más adecuada.
¿Somos demasiados para la forma de vida que hemos elegido?
Sí, definitivamente sí. En Europa, la huella ecológica de los estados miembros de la UE ha aumentado un 69,56% en los últimos 55 años. En los años sesenta los estados europeos alcanzaban su límite anual de recursos en octubre; actualmente, lo superan antes de finalizar mayo. El informe de WWF, “Vivir por encima de los límites de la naturaleza en Europa” deja claro que, si todo el mundo viviera como un ciudadano medio de la UE, se gastaría el presupuesto anual de la naturaleza el 10 de mayo y necesitaríamos 2,8 planetas para sobrevivir.
¿De dónde sacamos los recursos que nos faltan?
La respuesta es obvia, pero amarga: de otros territorios. De países en vías de desarrollo, con una legislación medio ambiental más laxa, cuando no inexistente, cuyos bosques o aguas no estén protegidas debidamente. Esto provoca una fuerte desigualdad y violencia hacia aquellos terrenos que, de facto, son tratados como colonias desde los países consumidores, a los que podemos calificar de metrópolis poscoloniales.
¿El problema es la cantidad de seres humanos?
Sí y no. El problema es de racionalidad y distribución. En 1800 la Tierra estaba poblada por 1.000 millones; 2.000 en 1925; 4.000 en 1974; 6.000 en 1999. En 2.023 seremos 8.000 y, aún todo esto, el índice de desperdicios de alimentos en 2021 recoge que, sólo en 2019, se desperdiciaron 931 millones de toneladas de alimentos. Es decir, el 17% de la producción total de alimentos se tiró a la basura. Si queremos conocer cuánta es nuestra contribución, debemos conocer que cada consumidor desperdicia en promedio 121 kilos de comida al año.
¿Es responsable de esto el primer mundo?
Podríamos pensar que este es un problema exclusivamente del primer mundo; sin embargo, el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), publicado a finales de 2019, dice que América Latina y el Caribe son responsables del 20% del volumen global de alimentos que se pierden después de ser cosechados; es decir, esta parte del mundo desperdicia en la basura el 12% de sus alimentos.
¿Cuáles son las consecuencias de este desperdicio?
El más relevante es el impacto ambiental. El director de la ONG británica Worldwide Responsible Accredited Production (WRAP), Richard Swannell, cuyo objetivo declarado es promover la producción y fabricación segura, legal, humana y ética en todo el mundo, afirmó recientemente que “si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor del planeta, solo detrás de China y Estados Unidos”.
Si quiere hacerse una idea de las consecuencias del desperdicio de comida, debe imaginarse todo el proceso de producción de dicho producto. Por ejemplo, si fuera una lechuga, debe pensar en la tierra donde se cultivó, los fertilizantes, el agua necesaria que se utilizó, el tiempo dedicado a su cuidado, recogida, empacado, los envoltorios que se utilizaron, el gasto en petróleo para su conservación y transporte, el gasto en su traslado al (en el mejor de los casos) el basurero, el tiempo hasta que se pudra, las emisiones de metano que producirá, etc.
Finalmente, no debemos olvidar las consecuencias éticas y morales, en un mundo donde millones de personas no tienen acceso a los recursos básicos; un tema tan importante o más que todo lo anterior.
¿Qué podemos hacer?
Las recomendaciones que los distintos organismos nos ofrecen son muy sencillas de llevar a cabo:
- Comprar de forma planificada. Esto requiere plantear el menú que se va a cocinar, calcular las cantidades correctas en función de los individuos a alimentar, conocer la fecha de caducidad o consumo preferente del los productos.
- Las frutas y verduras feas se pueden consumir. Los requisitos de forma, tamaño, color, etc. Son imposiciones del marketing que poco o nada tienen que ver con el valor nutricional del producto.
- Aprovecha los alimentos para otra comida. Nuestras madres no eran magas cuando de un cocido luego sacaban para unas croquetas. Nuestras madres eran grandes cocineras que pensaban más allá de la punta de su nariz.
- Almacena adecuadamente los alimentos. Mantener el frigorífico a 5 grados centígrados. El promedio de temperatura es de 2 grados centígrados más de lo recomendado.
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