Huérfilo: la necesidad de una palabra

El 25 de agosto de 2017 publiqué por primera vez el presente artículo, planteando la necesidad de buscar una palabra para definir la ausencia del padre, iniciativa que surgió cuando propuse un mes antes a un grupo de padres y profesionales de la psiquiatría y el derecho la necesidad de tener una palabra con tal fin. Aquel registro se borró de mi blog y hoy vuelvo a publicar el artículo, orgulloso de que la Real Academia de la Lengua se plantee su existencia.

Huérfilo: padre que ha perdido a un hijo.

           El 20 de junio de 2017 propuse a un grupo de padres que era fundamental encontrar una palabra para describir su situación: cuando un padre pierde a un hijo. No hay nada más inútil e incluso contraproducente que decir “tienes que superarlo” o “tu hijo no querría verte así” a un padre que acaba de perder a su hijo. Por más que lo pienso, las veces en las que me he encontrado frente a alguien en esta circunstancia siempre me ha costado encontrar una frase que no sonara fuera de lugar. Por esta razón, desde hace años lo primero que hago y, cuando así me lo preguntan, lo que siempre recomiendo es que es preferible quedarse quieto, mirar con cariño y tocar a decir una sola palabra. Transmitir que estamos al lado, que jamás nada de lo que digamos o podamos hacer paliará la pérdida del hijo, pero que si quieren llorar, hablar o contarnos cómo reía cuando jugaba sobre la alfombra del salón vamos a permanecer a su lado.  

            La muerte de un hijo no se parece a ninguna otra pérdida familiar. Si un padre o hermano muere, en extrañas ocasiones va usted a escuchar al hijo u hermano vivo decir algo como “debería haber sido yo”. Cuando fallece un hijo es muy común que la habitación, su ropa y juguetes queden en casa intactos durante mucho tiempo, incluso años. Finalmente, a diferencia del fallecimiento de un padre u otro familiar, la pérdida de un hijo siempre es “prematura”, pues “debería ser” siempre posterior a la nuestra como progenitores. Estas, entre otras muchas, hacen de la pérdida de un hijo un hecho singular y, sin embargo, a diferencia de la perdida de un padre o una pareja, la perdida de un hijo no tiene un nombre que la describa. Disponemos del término huérfano, para aquel que ha perdido a sus padres, y viudo, cuando es el caso del que ha perdido a su pareja; sin embargo, el diccionario y el uso no nos ofrecen una alternativa para esta triste y recurrente realidad.            

           El poder de las palabras se basa en que son capaces de trasportar todo aquello que nosotros introduzcamos en ellas. Existen palabras que nos atraen, del mismo modo que existen palabras que nos provocan rechazo. Las palabras ayudan, nos indican el camino y levantan muros. Por todo ello es muy importante que tengamos una palabra que describa aquello a lo que nos estamos refiriendo.

                Sin ánimo de ser exhaustivo, sólo he encontrado un concepto cercano en hebreo que pretende calificar la pérdida de un hijo: shjol. En español tenemos un adjetivo en desuso: deshijado, que según la RAE hace referencia a la persona que ha sido privada de sus hijos. Ambos términos son desconocidos en nuestro uso cotidiano y, en mi opinión, excesivamente limitados para describir lo que estamos tratando.

            Si vamos a hablar de las emociones que expresan las madres y padres que vienen a consultar a un profesional tras la pérdida de un hijo podemos decir sin equivocarnos que todos se sienten hueros, vacíos. Precisamente, tal vez la mayor tarea que va a tener que afrontar el profesional va a ser paliar esa emoción. El hueco que ha dejado la ausencia de su descendiente es tan real y físico que en muchas ocasiones les ocupa todo el tiempo, afecta a todas las conductas de sus vidas y alcanzando cada rincón de donde vayan o miren, prolongándose esta emoción por años.

            En segundo lugar, y a diferencia de otras épocas, existe una realidad cada vez más conocida pero no por ello más comentada que es aquella en la que la madre o el padre han perdido el contacto con el hijo, es decir, el hijo no ha fallecido, en la mayor parte de las ocasiones incluso saben dónde está o se cruzan con él con cierta regularidad pero, por una razón u otra, el padre o la madre ha perdido el contacto con él. Si bien existen casos en los que esa pérdida del contacto está justificada por distintas razones – entre otros, abuso sexual, violencia, adicciones-, en mi práctica cotidiana esa pérdida de contacto se encuentra en el abuso emocional que uno de los progenitores somete al menor, para que rechace el contacto con el otro, algo tan viejo como las intrigas de Olimpia de Epiro, pero que hoy en día es legión. Por esa razón les propongo que hablemos de huérfilo, vacío de hijo, como término que englobe y haga visible una realidad absolutamente cotidiana, como huérfano ya describe la pérdida del progenitor. Si bien huérfano deriva de orphanos, huérfilo derivaría de huero, cuyo significado describe perfectamente el sentimiento del que estamos hablando: vano, vacío y sin sustancia. Filo es estirpe, mientras que filius es hijo. De esta forma, huérfilo describiría la realidad y la emoción que domina a estos progenitores ante la ausencia de su hijo, permitiéndonos referirnos a una realidad cruda que nadie quisiera jamás verse obligado a referir.

            La tarea que aquí llevo a cabo es absolutamente desagradecida, pues no imagino nada más ingrato que proponer una palabra que nadie desea usar, sin embargo, si no disponemos de ella no podemos agarrar todo aquello que denota, paso fundamental para afrontar la tarea de ayudar a aquellos que califica.

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