Hacia el desastre educativo

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El sistema educativo que se está implantando en nuestro país, y que muchos otros con los que compartimos lengua irán implementando en breve, argumenta sonriente que debe abandonarse la visión antigua de la memoria y el aprendizaje en profundidad de múltiples conocimientos. Sus defensores no tienen empacho en afirmar que hay que enseñar a los niños a “darle sentido a lo que sabes”, “aplicar tus conocimientos” o “pensar más allá de los límites de las asignaturas”. Junto a esto, se oficializa pasar de curso e incluso obtener un título con asignaturas suspensas.

Como todo invento adanista, la teoría suena fantástica; sin embargo, en el sistema educativo moderno tenemos un grave problema al que muy pocos dedican una mínima atención y que hace inviable tan excelsos y rimbombantes objetivos: a partir de los 13 años los estudiantes sufren una fuerte desmotivación y una de sus consecuencias más importantes es que, desde ese momento, abandonan la lectura.

Ante esta realidad, uno se plantea ¿cómo van a aplicar sus conocimientos si no han leído apenas y, si lo han hecho, ha sido de forma superficial? ¿Cómo van a pensar más allá de los límites, si no son capaces de entender un texto largo, no tienen motivación para gastar horas ante él, sacar las ideas principales, las secundarias, los dobles sentidos o metáforas? Todo lo anterior es fruto de la lectura curiosa, diversa, detenida y variada. No se aprende a leer, se lee. No se aprende a escribir, se escribe y con la acción se aprende. Y luego corriges, y vuelves a escribir, y corriges y así hasta que tus textos alcancen un nivel que cubra tus objetivos. La propia acción de leer, escribir y calcular hace que aprendas y permite que te enseñen a leer, escribir o calcular.

Existen otros problemas que van a matar en poco tiempo la docencia. En palabras de Miguel Ángel Quintana Paz, profesor universitario de Ética y Filosofía, los pedagogos y burócratas han copado el tiempo de los docentes, justificando su existencia y multiplicación sin límite reclamándoles papeles sin utilidad para el objetivo al que consagraron sus vidas: mostrar algo a aquel que lo quiere conocer. 

Este no es un mal que sólo afecta al sistema educativo. Hace más diez años abandoné la dirección de pisos de tutela de menores porque el 80% de mi tiempo lo dedicaba a rellenar los documentos que me pedían desde la administración. El año pasado se jubiló mi médico, un sabio vestido con una bata blanca, harto de dedicar más tiempo a cumplimentar formularios que a hablar con sus pacientes.

Abandono del hombre del renacimiento

El sistema educativo que se impone pretende, en palabras de sus autores, formar a sujetos en profundidad en una parcela concreta. Por tanto, se abandona conocer conocimientos sin “valor aplicado” – según esta postura- como la filosofía, la ética, la historia, la lengua, etc. Supongo que, desde este punto de vista, es absurdo preguntarse ¿es necesario conocer y dominar la expresión en tu propia lengua para estar mejor preparado a la hora de evitar que te engañen? O, ¿tiene alguna utilidad conocer qué ocurrió en el pasado en situaciones semejantes a las que se están viviendo en el momento actual?

El estudiante que conocía sobre lengua, que podía hablar de literatura o de un hecho histórico, sin tener nociones de matemáticas o dibujo técnico, no está de moda. La formación debe ir orientada, según los nuevos gurús de la pedagogía, a la formación en un área específica. Si esto es así, ¿cómo va a pensar más allá de sus asignaturas si no las conoce?, ¿cómo va a aplicarlas al mundo, si no tiene idea de cómo es? En mi asignatura yo enseño Psicología Forense, pero también análisis crítico, observación activa, valoración, discriminación de variables relevantes, establecimiento de relaciones sociales y emocionales con los evaluados, habilidades de comunicación, etc. Ninguno de estos conocimientos tiene una relación directa sobre la materia que imparto, pero todos son fundamentales, si quiero que mis alumnos sean buenos en el temario que les imparto. Mucha gente me dice que le gusta mi área profesional y que quiere leer algún buen libro sobre psicópatas. Mi respuesta es siempre la misma: ¿Quiere usted conocer cómo es un psicópata? Lea El extranjero, de Albert Camus. Saber de literatura ayuda a saber de psicología; y de historia; y de matemáticas; y de…

Errores de los padres

Hemos hablado de los problemas del sistema. Ahora nos detendremos en los errores que cometen los padres, la mayoría sin tan siquiera darse cuenta. 

Los derechos adquiridos son aquellos que otorgan a determinadas personas condiciones más beneficiosas en un área específica, en comparación con las establecidas para el resto. Un ejemplo serían los derechos de los funcionarios, en comparación con el resto de los trabajadores. 

Cuando educamos a los hijos, muchos padres adoptan esa misma estrategia, dan por merecidos algunos privilegios que los hijos deberían conquistar por sí mismos y, en ningún caso, adoptar un carácter de derecho adquirido. Un ejemplo sería cuando argumentan que pueden faltar hasta un tanto por ciento de clases – p.e., 20%-, sin que ello afecte a sus notas. El porcentaje de faltas se adopta para que tengan un margen de acción; sin embargo, para muchos pasa a ser el porcentaje que van a faltar de principio, ya que no les va a repercutir en su nota; es decir, se convierten en su línea base. Ese principio de actuación se aplica a todo. Por ejemplo, me han dicho que lea diez páginas, o escriba un ensayo de 500 palabras. La indicación siempre debe ser la línea mínima que debe guiar su acción, no el máximo.

Si trasladamos esta misma idea a los objetos ocurre exactamente los mismo. Es habitual que, a partir de cierta edad, los niños tengan su propio teléfono móvil. De acuerdo, pero ¿cuánto va a gastar usted o dejarle gastar en ese objeto? Por más que usted se lo pueda permitir ¿qué sentido tiene que su hijo tenga un teléfono de doscientos o más euros? Usted quiere tenerlo localizado en cualquier momento; él lo quiere para mandar mensajes a sus amigos y jugar. Por tanto, todo aquel aparato que cubra esas necesidades será suficiente. Si usted accede, aunque se lo pueda permitir, a un aparato caro, ese pasa a convertirse en la línea base, a partir de la cual su hijo exigirá la siguiente ocasión. En conclusión, piensen si no sería mejor que consideren que lo que tengan se lo ganen y que lo ganado nunca se convierta en derecho ya adquirido.

Regresión a la mediocridad

En matemáticas, la regresión hacia la media es el fenómeno que podemos observa cuando una puntuación es extrema en su primera medición – p.e., 9 sobre 10-, y tenderá a estar más cerca de la media en su segunda medición y, paradójicamente, si es extrema en su segunda medición, tenderá a ubicarse más próxima de la media en las siguientes.

En enseñanza, podríamos hablar de regresión a la mediocridad, que nos permite analizar, por un lado, los argumentos de muchos estudiantes para justificar su actuación y, por otro, de los sistemas educativos progresistas de grandilocuentes palabras y nulos alcances, de los que hablamos al principio. Imaginemos un estudiantes que saca las siguientes notas: Lengua=9, Sociales=5, Matemáticas=2, Ética=4, Historia=5, Literatura=3. Su media será 4,66. Cuando usted le haga notar la media de su expediente, el estudiante siempre se aferrará al argumento de que sacó un 9 en Lengua, que se esforzó. El sistema innovador, que busca el “conocimiento transversal” y “traspasar los límites” dirá que se debe premiar el esfuerzo. La realidad del mundo laboral, para el que estamos intentando preparar al estudiante, sentenciará que es un mediocre. 

El estudio es, por tanto, una media de alcances. Si usted corre un día con el viento a favor seguro que mejora sus marcas; sin embargo, si cogemos sus registros durante un mes, conoceremos su trabajo. Ni aquel día era usted tan bueno, ni la peor de sus marcas lo define. Sólo el trabajo constante sirve y tiene significado en el colegio y en la vida.

Está en sus manos cambiar esto: lean con sus hijos, debatan tras la lectura, cojan un periódico y analicen a quién beneficia que esté escrito en un sentido u otro, pregúntenles qué les ha parecido lo que han dicho en la televisión, busquen vídeos en Internet e inicien una conversación sobre su contenido, pregúntenles por qué piensan así y ofrézcanles opciones distintas, vayan a la playa y busquen espirales en las conchas, secuencias numéricas en las matrículas, operaciones aritméticas multiplicando los lados de una caja de botellines, vuelvan a cuestionar, jueguen a que ellos cuestionen y, después de un intenso día de educación, vuelvan a casa y cojan de nuevo el libro y lean en voz alta los poemas que siempre quisieron haber escrito.

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